Inspira… Siente cómo la nada que hay en el aire se puede respirar, cómo te invade la sensación de sentirte completo, cómo tu mente queda a cero.
Espira… Vacíate de toda idea, de toda ilusión y pensamiento. Llega el vacío; tu alma queda expuesta, solitaria.
El viento te rodea, te eleva, te lleva a otra dimensión. Tus oídos permanecen mudos, tu boca acaricia el sabor del sonido en tu lengua. Por un instante, no sientes ni padeces; poco a poco, abres los ojos ante la abrumadora sensación de plenitud.
La música ha vuelto a conquistarte, a prometer que nunca volverá a abandonar tus ojos húmedos. No dejará de estremecerte con su susurrante melodía; vivirá en las puntas de tus dedos de mil cuerdas afinadas, instrumento de tu cuerpo deseoso de pentagrama antiguo.
Elevó sus ojos
Al abismal infinito;
Lágrima de melodía
En tu seno, silencio.
Acarició tu cuerpo
Magullado de tiempo;
Lo llenó de líneas,
De sol en su clave.
Bailaron las corcheas
En tu rostro de antaño;
Disolvió tu pena en re
Y la subió a mayor.
Así volvieron los amantes desconocidos a conocer sus cuerpos de memoria, a acompañarse en el espacio entre un silencio y un sonido, a esperar a que la batuta cayese en el tiempo que nunca se detiene a nuestro alrededor y que nosotros, amigos de lo extraordinario, aprendimos a congelar.
La adrenalina volvió a encontrar tus manos frías y tu corazón desbordante en cada escenario y, tus ansias por dejarte caer, por dejarte llevar, volvieron a ti.
Inspira, espira.
Abre los ojos, siente el sonido en tus cuerdas vocales, llena de aire tu alma y siente la presión en tus costillas hechas del material de la música, tejidas con el hilo de los sueños.
Dedicado a la música, amante más fiel, amiga más comprensiva.